Cada vez que mi esposo se iba de viaje de negocios, mi suegro me llamaba a su habitación para una “pequeña charla”… Pero una noche, descubrí una verdad que destrozó mi vida entera.

Cada vez que mi esposo salía de viaje de negocios, mi suegro me llamaba a su habitación para charlar un rato… Pero una noche descubrí una verdad que destrozó mi vida por completo.

Arjun estaba preparando su maleta de nuevo para otro largo viaje de negocios. Como siempre, me dio un beso rápido en la mejilla y dijo:

Cuida de papá mientras no estoy, ¿vale? Le da demasiadas vueltas, pero sé amable con él.

Sonreí y asentí. Pero en el fondo, sentía una tensión incómoda que crecía. Cada vez que Arjun no estaba, el Sr. Mahesh, mi suegro, me llamaba a su habitación privada.

Las primeras veces, todo parecía normal. Me preguntaba por las comidas —si había preparado el curry de pescado en cazuela de barro que le gustaba— o me recordaba que revisara las puertas antes de acostarme. Pensé que era solo la preocupación de un anciano que vive solo en una casa grande y tranquila.

Pero con el tiempo, estas conversaciones comenzaron a cambiar.

Una noche, pocos días después de la partida de Arjun, el Sr. Mahesh me llamó de nuevo a su habitación. La tenue luz amarilla hacía que la habitación se sintiera pesada, impregnada de un olor a madera vieja y tabaco. Se sentó en su sillón, mirándome con ojos que ya no parecían cálidos.

—Meera  —dijo lentamente, en voz baja y pausada—.  ¿Has pensado alguna vez en irte de esta casa?

Su pregunta me dejó perplejo, confundido. Forcé una sonrisa y respondí:
«No, Baba. Arjun y yo somos felices aquí».

Él asintió levemente, pero sus ojos parecían contener algo tácito. Algo que no pude comprender del todo.

En los días siguientes, sus palabras se volvieron más crípticas.

«No te fíes de todo lo que ves»,  dijo una vez, jugueteando distraídamente con un viejo anillo de plata en su dedo.
En otra ocasión, susurró:  «Ten cuidado con lo que acecha en las sombras».

Empecé a sentir un miedo genuino. Noté que cada vez que decía esas cosas extrañas, su mirada se desviaba hacia un rincón específico de la habitación: donde había un antiguo armario de madera, bien cerrado.

Una noche, incluso oí un ruido extraño proveniente de ese armario. Un leve chasquido, como metal golpeando contra metal.

No se lo dije a Arjun; temía que pensara que me lo imaginaba. Pero no podía dejarlo pasar. Una noche, después de que el Sr. Mahesh se acostara, entré sigilosamente en su habitación con una pequeña linterna en la mano. El corazón me latía con fuerza al acercarme al armario. La cerradura era vieja. Con una horquilla y un poco de esfuerzo, logré abrirla.

Dentro, no había ningún tesoro ni reliquias familiares, como casi esperaba. Solo una pequeña caja de madera. Dentro de esa caja, cartas. Escritas a mano. La tinta temblaba. Y una fotografía descolorida. Una mujer idéntica a mí, solo que vestía a la moda de otra época.

Me temblaban las manos al leer las cartas. Eran de una mujer llamada Leela, dirigidas a Mahesh. Hablaban de un amor prohibido, de un marido que siempre estaba fuera por negocios y de una tragedia.

La última carta terminaba con una frase escalofriante:
“Si no puedo vivir, por favor cumple tu promesa y protégela”.

Sentí un escalofrío. La mujer de la foto, Leela, no era solo alguien que se parecía a mí. Era mi madre. La madre que murió cuando yo era niña.

Esa noche me enfrenté al señor Mahesh.

—Conocías a mi madre  —dije con voz temblorosa.

Suspiró y se sentó, con el dolor reflejado en sus ojos.
«Meera»,  empezó, lenta y pesadamente,  «no soy tu suegro. Soy tu padre biológico. Arjun… no es tu esposo. Es tu medio hermano».

Parecía que el suelo se derrumbaba bajo mis pies.

Me lo explicó todo. Leela, mi madre, había amado a Mahesh. Pero su amor fue prohibido y la obligaron a casarse con otro hombre. Tras su fallecimiento, Mahesh me acogió en secreto, pero nunca me dijo la verdad.

Arjun, su hijo de otro matrimonio, no tenía idea de que éramos parientes.

Las conversaciones crípticas, las miradas extrañas… todo era señal del miedo de Mahesh. Miedo a que descubriera la verdad. Miedo a que abandonara la casa que él había intentado convertir en un santuario para mí, como una vez le había prometido a Leela.

Me quedé allí en silencio, atónito. El hogar que creía mi refugio ahora parecía un laberinto de secretos dolorosos.

Miré al Sr. Mahesh, mi padre. El hombre al que nunca conocí de verdad. Y me pregunté: ¿
Cómo puedo vivir con esta verdad? ¿
Podré escapar alguna vez del peso de un amor construido sobre mentiras?

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